Oppenheimer es una de esas películas con mayúsculas que hay que disfrutar en pantalla grande, con la mejor calidad de sonido posible y, sobre todo, con la máxima atención, porque no es una cinta para ver con el móvil en la mano ni con distracciones. Es cine del que exige al espectador, pero que también le recompensa con creces. Christopher Nolan firma aquí, en mi opinión, una de sus mejores obras, lo cual no es decir poco viniendo de un director que rara vez baja del notable alto.

Desde el primer minuto, la película te sumerge en un
torbellino narrativo que, sin renunciar a lo espectacular, se apoya sobre todo
en los personajes, en los diálogos densos pero apasionantes, y en una
estructura que, como ya es marca de la casa, juega con el tiempo, las
perspectivas y el punto de vista. Todo encaja con precisión quirúrgica: la música,
la ambientación, el montaje, los saltos temporales, los momentos de tensión,
los silencios… todo está al servicio de un relato profundamente humano,
intelectual y, por momentos, también demoledor.
El reparto está sencillamente brillante, con Cillian
Murphy ofreciendo una interpretación colosal en el papel de su vida. Cada
gesto, cada pausa, cada mirada contribuye a construir un Oppenheimer complejo,
contradictorio y fascinante. El elenco secundario también cumple con creces,
con nombres como Emily Blunt, Robert Downey Jr. o Matt Damon aportando
profundidad y contundencia a sus respectivos personajes. Es uno de esos
castings donde todo el mundo está donde tiene que estar.

Es cierto que Oppenheimer no es una película sencilla:
exige que el espectador entre en su juego y tenga al menos unas nociones básicas
de la historia reciente de Estados Unidos, de la carrera armamentística y del
contexto político de la posguerra. Nolan no se detiene a explicar quién es quién
ni a ofrecer contexto mascado. Aquí no hay condescendencia. El espectador tiene
que hilar, interpretar, prestar atención, y eso puede resultar abrumador para
algunos, pero para otros —entre los que me incluyo— es parte del disfrute. El
uso del blanco y negro para diferenciar puntos de vista o líneas temporales es
un recurso narrativo eficaz que, junto al potente guion y la fotografía, ayuda
a dar coherencia a la complejidad.
A nivel visual, hay escenas que quitan el aliento, no
necesariamente por los efectos especiales, sino por la fuerza dramática y simbólica
que Nolan consigue transmitir con una puesta en escena sobria pero poderosa. El
momento Trinity, por ejemplo, está tratado con una maestría que lo convierte en
historia del cine contemporáneo. No hay necesidad de artificios
grandilocuentes, porque todo está ya contenido en las emociones que genera y en
el peso de lo que se está decidiendo.
No me voy a extender más en descripciones técnicas ni en
desmenuzar escenas, porque Oppenheimer es, sobre todo, una experiencia que hay
que vivir. Es una de esas películas que dejan huella, que invitan a la reflexión,
y que merecen un segundo visionado tras reposar unos meses. Para mí, sin duda,
se trata de un 10 rotundo. Una obra sobresaliente que demuestra, una vez más,
que el cine puede ser inteligente, emocionante y profundo al mismo tiempo.
Nota: 10 / 10
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